Hace más de 2000 años, los olivos de Puente Genil ya eran famosos en todo el Imperio Romano por la extraordinaria calidad de su aceite. Su frescura, su cuerpo, la potencia de su sabor y todas sus características organolépticas lo convirtieron en el favorito de los emperadores, que durante siglos lo hicieron llevar desde tierras cordobesas hasta Roma en ánforas olearias para su uso y disfrute.